La adopción más veloz de la historia digital

En apenas tres años, la inteligencia artificial ha pasado de ser una curiosidad técnica a convertirse en una herramienta cotidiana para millones de personas. Según datos citados por el Financial Times, más de 18.000 millones de mensajes se envían cada semana a ChatGPT, y una de cada diez personas en el mundo ya ha interactuado con una IA conversacional.

El fenómeno no es solo cuantitativo: es cultural. La relación con la tecnología ha cambiado. La mayoría no entra ya a internet a buscar, sino a preguntar. No espera leer manuales, sino obtener soluciones. Y, en esa transición silenciosa, la IA se ha convertido en la nueva interfaz entre las personas y el conocimiento.

De herramienta a acompañante digital

El estudio liderado por Dan Clark y Caroline Nevitt, publicado en el Financial Times, analiza un punto esencial: para qué usamos realmente la inteligencia artificial. Los datos revelan que la tutoría y la enseñanza representan el 10 % del uso de ChatGPT; la escritura y la traducción, el segundo lugar; y la búsqueda de información, el tercero, aunque con el crecimiento más rápido.

El patrón es claro: la IA se ha vuelto asistente personal, más que asistente laboral. Se usa para aprender, planificar, decidir y, en muchos casos, para conversar. Según Ronnie Chatterji, economista jefe de OpenAI, más del 70 % de los mensajes no tienen relación directa con el trabajo, sino con la toma de decisiones cotidianas.

El trabajo en la sombra: la economía oculta del uso laboral

El informe también señala un fenómeno curioso: la adopción empresarial formal avanza lentamente, pero el uso informal se ha disparado. Según una investigación del MIT Media Lab, existe una “economía oculta de la IA” en la que empleados de múltiples sectores utilizan ChatGPT, Claude o Copilot sin autorización oficial de sus empresas.

Estos usuarios no buscan reemplazar procesos, sino automatizar pequeñas tareas: redactar correos, resumir informes, generar presentaciones o traducir textos. Es un uso subterráneo pero masivo, que redefine la frontera entre productividad individual y estructura corporativa.

En otras palabras: los trabajadores ya están transformando la manera de trabajar, aunque las empresas aún no lo hayan reconocido.

La revolución doméstica y emocional

La adopción no se limita al ámbito profesional. Las consultas personales —desde consejos hasta reflexiones emocionales— representan casi un 2 % del total, según el Financial Times. Aunque la cifra parezca baja, el crecimiento es constante. Miles de usuarios comienzan a tratar a la IA no solo como herramienta, sino como interlocutor emocional.

Este fenómeno plantea preguntas nuevas: ¿qué significa confiar en una inteligencia que no siente? ¿Qué pasa cuando las decisiones personales —desde cómo invertir hasta cómo criar hijos— pasan por un filtro algorítmico?

La IA no solo responde: escucha, recuerda y acompaña. Y en esa continuidad, muchos usuarios han encontrado una forma de conexión digital que antes solo existía con otros humanos.

Un mapa global del uso de la IA

Los patrones de uso varían por región. En Estados Unidos, los temas dominantes son tecnología y productividad; en Florida, servicios financieros; y en Washington D. C., asesoramiento laboral. En España, casi el 40 % de los trabajadores utiliza la inteligencia artificial de algún modo, según Microsoft.
Las tres consultas más comunes en el país son sobre inmigración y ciudadanía, creación de iconos e imágenes y desarrollo de sistemas de gestión y programación.

Claude, el modelo de Anthropic, ya trabaja con más de 300.000 empresas. Google supera los 2.000 millones de usuarios mensuales en sus resúmenes de búsqueda con IA. Y Meta asegura que su asistente alcanza los 1.000 millones de usuarios al mes. Las cifras revelan que la adopción es total, transversal y, sobre todo, inevitable.

La línea que se difumina

El cambio que estamos presenciando no es tecnológico, sino antropológico.
Por primera vez, la humanidad comparte espacio cognitivo con una inteligencia distinta a la suya. Las máquinas no solo ejecutan órdenes: interpretan deseos, anticipan necesidades y devuelven empatía simulada.

El riesgo no es que la IA reemplace empleos o tareas, sino que redefina lo que consideramos “saber”. Si millones de personas delegan sus decisiones, la relación con el conocimiento cambia: dejamos de aprender para empezar a preguntar.

Pero también hay una oportunidad: la de construir una inteligencia colectiva ampliada, donde humanos y máquinas se retroalimenten. Si logramos mantener la curiosidad y el criterio, esta nueva forma de asistencia puede ser el puente hacia una sociedad más informada, no más dependiente.

Fuente: Basado en el reportaje How AI became our personal assistant, publicado por Dan Clark y Caroline Nevitt en el Financial Times.